domingo, 15 de noviembre de 2009

SUMMA DE CUESTIONES TEOLOGALES II La Pena de Excomunión y el aborto


En esa joya literaria cervantina, decía Don Quijote a su escudero: - “Cosas veredes, amigo Sancho, que te harán palidecer.” Pero a fuerza de palidecer nos hemos vueltos lechosos, blancos como la espuma, como la nieve, como el algodón y como la casulla de resurrección. No dejamos de asombrarnos con las anatemas que hoy día, lejos de amilanarse, continúan proclamando las cardenalicias fauces.
Los paladines de Cristo embravecidos por los Halloween, los atracones de huesos de santo y la crisis de la recaudación del cepillo, agarran el flagelo, ese glorioso instrumento de cristiana conversión y lo blanden contra las huestes del Maligno. La quintaesencia de la pureza, de la moral y del codillo al horno, arremete con virtud infusa contra los satanases de éste mundo, traidores, belcebúes de cortas entendederas y retorcidos que osen votar, aprobando los nuevos supuestos de la interrupción del embarazo. ¡Mira cómo dicen, por no decir aborto, los muy malditos!, farfullan con los dientes prietos como un pistón hidráulico los purpurados y alzacuellados. ¡A la excomunión con ellos! ¡Qué buenos recuerdos, nos traen esas iniciativas! ¡Épocas pretéritas henchidas de amor a la cruz a la luz de una reconfortante hoguera!

El catecismo de la católica iglesia romana, dice (1463): Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos, y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, por el Papa, por el Obispo del lugar, o por sacerdotes autorizados por ellos. En caso de peligro de muerte, todo sacerdote, incluso privado de la facultad de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado y de toda excomunión. Según el derecho canónico, que debe ser el que reveló nuestro Señor Jesucristo a sus escribas, artículo a artículo, verso a verso, para que todo quedara atado y bien atado, hay que excomulgar cuando se procure ó participe en un aborto ó en la cooperación necesaria para que un aborto se lleve a cabo (CIC 2272; Ley Canónica 1398).
La práctica se remonta al Concilio de Elvira (cerca de nuestra Granada), en el año 306, que recuperó esa práctica tan apostólica de pronunciar anatemas contra aquellos que sostenían doctrinas contrarias a la ortodoxia. Y es que antes en tiempos de nuestro Señor Jesucristo no se excomulgaba a nadie; debe ser porque no hacía falta. Pero desde el conciclio de Elvira se encontró la pena expiatoria que habrían de soportar los que se atreviesen a salir de la senda trazada.

En nuestro caso, por tanto, se aplicaría a los diputados y diputadas el supuesto de cooperadores necesarios para que un aborto se lleve a cabo y ¡ahí es donde entra la ensortijada mano cardenalicia dar la colleja! Esa mano humildemente anillada que besan hasta ilustres banqueros y ante la que doblan la espalda como arcayatas. Pero hay otro supuesto que pasan por alto las amenazantes palabras del cardenal, y es que puedan estar ya excomulgados, ¡sólo por haber pensado en hacerlo! Entonces ya no habría que excomulgarlos ó excomulgarlas. Bien, bien, así ahorramos trámites administrativos. Es lo que sería la excomunión “latae sententiae”, ¡puñetas! qué difícil es decirlo.

Tenemos pues a los/as diputados/as, candidatos/as a excomunión, todos/as sentaditos/as y dispuestos/as a apretar el botoncito para votar en el parlamento y senado. ¡Y van y lo hacen, los malparidos! Pues ya está ¡todos excomulgados/as! El hecho puede institucionalizarse como una despedida de soltero ó una moderna celebración de divorcio. Es un cambio en el status social. Te has divorciado de la iglesia. Algunos/as respiran de nuevo, al menos eso dicen.

También todas las pecadoras que “por darse el gusto” han abortado, (siempre son las mujeres…hay que ver, si todas fueran monjas vírgenes ó paridoras del “opus dei” no habría éste problema), e incluso las que no lo han hecho “por gusto”, que son las menos a los piadosos ojos clericales, (las muy pirañas) también excomulgadas.

La pena por excomunión no es la condenación eterna, (ufff…vaya alivio ¡pardiez!) de la que ya hablaremos en otro momento, sino el impedimento de participar en la santa misa, recibir la sagrada comunión, la confesión, y los demás sacramentos. Los excomulgados no pueden ser padrinos ni participar activamente en la vida de la Iglesia. Aquéllos/as que ya cumplan estos requisitos sin necesidad de haber sido excomulgados, pueden darse también por ¡Excomulgados!
Resumiendo, quitando a los que no van a misa, no comulgan, ni se confiesan desde hace un siglo, los/as que ni participan ni activa, ni pasivamente en la vida de la iglesia, las que abortan ó abortaron en Londres, ahora en Madrid, Barcelona ó Sevilla, los maridos de las mujeres que no viviendo en pecado y que no las obligan a no decidir por ellas mismas, los hijos de las mujeres que abortan y que no luchan de forma bizarra para impedir el aborto, ¡Todos/as excomulgados/as! Así pues, sería más práctico para la administración episcopal que dijera quiénes no están excomulgados, así ahorrarían tiempo y dinero, ese amigo inseparable de la venerable institución.

Hechas estas piadosas observaciones, acometamos las siguientes cuestiones teologales que nos abrasan las meninges:

1/ Si estás excomulgado/a, ¿no puedes atravesar la puerta de una Iglesia? ¿Te pasaría como a la niña del exorcista y te giraría la cabeza 180º?

2/ Si estás excomulgado/a y por error te llevas a la boca un vaso de agua bendita ¿Te abrasas las entrañas como un hereje? ¿Te conviertes en una pira que ilumine el camino a los apóstatas y paganos?

3/ Si estás excomulgado/a y quieres tocarle los respetables al párroco y te pones en cola para comulgar ¿Tienes que enseñar el carnet de excomulgado ó el servicio de detección de excomulgados avisa al señor párroco de que no puedes comulgar? Y si te detecta como un malhechor ¿Pasa a dar la comunión directamente a los que vienen detrás, para hacer bueno aquello de “Los últimos serán los primeros”?

Dios...¡por tí mismo!, deja ya la baja, que a éste paso, tus ministros ¡no dejan rebaño que apacentar!

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