lunes, 2 de noviembre de 2009

LA LEYENDA DEL HOMBRE DESPEÑADO


Desde la noche más oscura de los tiempos viene circulando de fauce en fauce, ésta curiosa historia, algunos dicen que sucedió en verdad a un vecino de ésta villa cuando corría el tiempo de Fernando e Isabel apodados Los católicos. Se trata de una piadosa leyenda que hoy día algunos/as tildarían de leyenda urbana, aún cuando se produjo en un camino, de esos olvidados de Dios. Existen datos que sitúan ésta historia en el camino que conducía en aquéllos entonces desde Castilblanco de los Arroyos a El Pedroso, en Sevilla.

Conducía un cristiano temeroso de Dios su carromato desde una villa a otra para llevar su familia las mercancías producto del trueque y compras realizadas de aceite, vino y otras viandas cárnicas. El buen hombre antes de partir había alzado sus ojos al Altísimo y había orado fincado de hinojos (arrodillado) en la Cruz del Humilladero en la salida de El Pedroso, junto a la ermita de La Virgen del Espino. Cruz que aún hoy día, por cierto, se puede admirar para mayor gozo de los atribulados feligreses. El trayecto, no en vano, era peligroso ya que había de enfrentar además de los salteadores de caminos, lobos, perros salvajes, vadear el río Huesna y los escarpados caminos que existían entre las dos villas que corrían por apriscos, acantilados, cerros, valles y monteras. Se aprestó el buen hombre a iniciar el camino, por lo que atizó a la mulilla que tiraba del tosco carromato.

El comienzo del camino fue placentero hasta que el murmullo de los pájarillos cesó cuando atravesaba los frondosos encinares, un viento que fue tornándose en más tempestuoso a medida que avanzaba. Habrían transcurrido uno ó dos kilómetros cuando una repentina lluvia otoñal comenzó a atizar los lomos del mulo y los del propio hombre. Se echó por encima una pieza de tela y a pesar de las condiciones siguió adelante. En un vadillo del camino una rueda quedó atrancada en un blandón de barro. Por más que aplicaba el látigo al mulo, éste no conseguía avanzar. Así que puso pie a tierra y con las manos puestas en los maderos de la rueda comenzó a empujar. En un esfuerzo trastabilló y fue a dar con sus huesos en el suelo. Fue en ese preciso momento cuando comenzó a apretar la lluvia. No se veía a un metro. La cortina de agua era densa y la telilla que habíase echado porcima voló en un golpe de aire. Tenía agua hasta en las posaderas. Pero el hombre con divina paciencia dirigió sus ojos hacia arriba y gritó: -¡Señor, dame fuerzas!. Sacó fuerzas de flaqueza y empujando de nuevo la rueda consiguieron entre él y el mulo atravesar el blandón.
Puso camino a Castilblanco. Pasados otros dos kilómetros comenzó a remitir el temporal y el sol despuntó. Los cantos de los pájaros volvieron a llenar el camino de alegría y tranquilidad. El hombre dio gracias a Dios por haberle ayudado y continuó su camino esperanzado en que pronto llegaría al hogar donde lo esperaba su familia.
Comenzó un continuado descenso, a pocos metros y tras dos ó tres curvas, estaba el vado del río. Pensó: -Después de lo que ha llovido el paso del río no estará vadeable.-
Cuando llegó al vado, efectivamente venía crecido el río. Se armó de valor y de nuevo alzando la mirada a los cielos, dijo: -Señor, préstame tu ayuda en éste momento.
Comenzó con cuidado a vadear el río. El agua venía ligera de fuerza pero le llegaba a las rodillas al mulo. De pronto comenzó a sentir como el agua adquiría más velocidad. El nivel del agua comenzó a elevarse hasta que sobrepasó el lomo de la bestia. El carro comenzó a flotar ligeramente y el buen hombre que no sabía nadar, empezó a mascullar un padrenuestro. Una parte de la carga salió flotando río abajo, mientras una maldición salió de la boca del hombre. ¡Por las barbas de Cristo!. Río abajo marchaban a toda velocidad las viandas de tocino y los chorizos de carne. El hombre soltó unas lágrimas mientras continuaba maldiciendo. Pero ahora tenía otras preocupaciones. No veía la forma de llegar a la orilla de enfrente. De nuevo a la desesperada gritó: - ¡Dios mío, sácame de ésta y te prometo que te haré las mejores ofrendas y daré una buena limosna a la parroquia!. Milagrosamente el mulo consiguió poner pie en terreno duro y tirando salieron ambos del entuerto.
Al llegar al otro lado el hombre miró con desazón a la parte de carga que corría río abajo. Ajustó la carga que aún quedaba, comprobó el estado de las ruedas, tranquilizó al mulo, se subió de nuevo al carro y aplicando látigo comenzó de nuevo a marchar camino de su hogar.
Habían trascurrido unos dos kilómetros cuando a lo lejos observó a un grupo de perros que iba justo a su encuentro. El hombre no sabía como reaccionar. Recordó que atrás llevaba una pieza de carne de venado, así que abrió el petate y sacó la pieza. Esperó a que los perros estuvieran más cerca y cuando los tuvo a la vista comenzó a gritar y a atizar el látigo. Los perros comenzaron a ladrar y a enseñar los dientes. El mulo empezó a asustarse y a alzarse de manos. El hombre comenzó a asustarse doblemente porque vió peligrar el carro, cuando el mulo se alzó de las manos. Así que resuelto cogió el pedazo de carne y lo tiró con todas sus fuerzas al fondo de la cuneta que corría a su derecha. Los perros se lanzaron como fieras a por la carne y el hombre aplicando látigo al desventurado mulo, consiguió cuesta arriba salir del apuro. Cuando estuvo a dos kilómetros de la banda de perros, volvió a ajustar la carga y a comprobar el estado del carro y del mulo. Había perdido la mitad de la carga, pero ya quedaba sólo la mitad del camino y había pasado la peor parte. Continuó ascendiendo. A su derecha tenía una profunda hondonada, mientras a su izquierda tenía el talud que venía desde el alto cerro. Iba despacio pensando en lo que disfrutaría su familia de las viandas que con tanto esfuerzo y trabajo había conseguido comprar y trocar en El Pedroso, cuando unos ladridos de perros llegaron a sus oídos. Inmediatamente blandió con fuerza el látigo sobre la espalda del mulo y éste comenzó a correr. A escasos metros había un cambio de rasante y entonces el mulo podría marchar más aliviado. Pasó el cambio de rasante y una cuesta abajo se abrió delante de él. El carro fue adquiriendo más y más velocidad hasta que entre los saltos por las piedras y hoyos del camino el hombre perdió el control del carro. Éste se levantó de la rueda izquierda, luego de la derecha y en uno de éstos el hombre saltó despedido hacia el precipicio que se abría a su derecha. Por el rabillo del ojo pudo ver la carga sobrevolando porcima de él y callendo desperdigada a la hondonada. Otra vez los perros se fueron a por ella. Pero su situación era desesperada. Caía hacia la hondonada y en la desesperación mientras agitaba brazos y piernas una rama se aferró milagrosamente a su mano. La rama a la estaba agarrado no era muy gruesa, pensó, pero era lo suficientemente fuerte para sostenerlo. Allí estaba. A mitad del precipicio agarrado a una rama de almendro que sobresalía de la pared. Miró abajo y vió a los perros devorando sus mercancías. Comenzó a sollozar. A su mente vino la imagen de su familia con los brazos abiertos esperándolo. Su pequeño niño y su mujer. Alzó sus ojos al cielo y gritó: -¡Señor, altísimo Señor, sácame de ésta!. Todo estaba en silencio, salvo por los lejanos gruñidos de los perros que llegaban desde abajo. Al cabo de un rato comenzó a gritar:
- ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien?.
Un eco sonaba en el valle y le devolvía su propia voz con retardo:
- ¿Hay alguien ahí? Ahí, Ahí, Ahí, ahí, ahí….
Otra vez volvió a gritar
- ¿Hay alguien ahí? Ahí, Ahí, Ahí, ahí, ahí….
- ¿Hay alguien ahí? Ahí, Ahí, Ahí, ahí, ahí….
Nada sonaba. Pasado un rato, escuchó una voz de trueno:
- ¡¡¡HIJO MÍO, AQUÍ ESTOY!!! ¡¡¡HE VENIDO EN RESPUESTA A TUS LLAMADAS!!!
- ¿Quién eres?, gritó el hombre.
- ¡SOY DIOS, TU SEÑOR!
- ¡No puede ser!
- ¡SI HIJO MÍO! HE VENIDO A SALVARTE. HE ESCUCHADO TUS HUMILDES SÚPLICAS. AHORA ESCUCHA Y HAZ LO QUE TE DIGO. ¡¡¡SUELTATE DE ESA RAMA, A LA QUE TAN FUERTE TE AFERRAS…Y LANZATE AL VACÍO!!! MIS ANGELES BAJARAN Y TE RECOGERÁN CON GRAN SUAVIDAD PARA DEPOSITARTE EN EL CAMINO.
- ¿Qué?
- TE REPITO ¡SUELTATE DE LA RAMA Y DEJA CAER TU CUERPO AL VACÍO! MIS ANGELES TE RECOGERÁN Y TE DEPOSITARÁN EN EL CAMINO. ¡¡¡NO DEBES TEMER!!!
El hombre miró hacia abajo. Un sudor frío, comenzó a resbalar por su ya atormentada frente. Miró arriba, miró abajo. Había una caída que daba realmente miedo. Los perros se podían ver muy pequeñitos allí abajo. De nuevo, un sudor frío descendió por su frente. Volvió a mirar abajo. Se mordió los labios. Había mucha caída, sin duda. Miró de nuevo arriba, tomó aire y gritó con fuerza:
- Perdona, amo mío, pero ….¿No hay alguien más ahí?

Esta piadosa leyenda circula desde entonces por los caminos del Señor. Puede que la escuchen como procedente de otros lugares, pero sin duda la única y verdadera es la que aquí acabo de relatarles. Para los cazadores de leyendas que gustan de publicarlas en libros para mayor gloria de su cuenta corriente, les diré que si la veo en un libro que no sea mío, la cólera del maligno en forma de infernal demanda caerá sobre su obtusa cerviz para no olvidar nunca aqueste consejo. ¡Sed precavidos!
Según dicen hoy día, el fantasma del hombre vaga por los caminos y a la más mínima distracción pregunta : ¿No hay alguien más ahí?, mientras las gentes emprenden pavorosa huída. Muchos de los que han vivido para contarlo dicen que es un alarido pavoroso, similar al grito de Rocky Balboa cuando la palmó su entrenador Mitch. No quiero ni imaginármelo ¡Por Dios bendito!.

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