domingo, 22 de enero de 2012

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA MAESTRA...


El obispo de Almería saltándose las medidas de seguridad ¡Póngase el casco que la tiara sólo para los golpes del Maligno, pero no un ladrillazo, hombre de Dios!


Como los prelados diocesanos dirigen sus compungidas, cuaresmales apelaciones y demandas al Altísimo y este resuelve a través de su administración de angelicales funcionarios, ya saben, legiones de regordetes querubines en forma de cabecita dotada de milagrosas alas, también en su imagen terráquea el Tribunal Constitucional, alto tribunal donde los haya, ha resuelto. ¿Qué?
Han sido necesarios once largos años, que se dice rápido, para que a una maestra de religión almeriense le hayan dado la razón por un despido improcedente. Si le hubieran pillado las reformas laborales aznariana, zpeana y rajoniana, ahora se iba a reír la criatura. Y es que ya ha llovido, once años, madre mía. Bueno pues eso, once años han hecho falta para declarar nulo el despido de la docente feligresa, que en su inmaculada virtud explicaba las verdades doctrinales a los neófitos escolares. Ahora, que cosas tiene la vida, tiene que ser readmitida para impartir la verdad imperecedera a los tiernos infantes. ¿No se le habrá olvidado el catecismo?
En la sede diocesana almeriense, la noticia ha sido recibida con rechinar de dientes, mesado de crines, rasgado de vestiduras y hasta de un “¡Idos todos a tomar por…!” nos ahorramos el resto de la frase por hallarnos en horario escolar. No, no ha sido bien recibida para que vamos a engañarnos. Y es que, ¿A santo de qué venía despedir a la pobre mujer?, porque ¿se desposaba civilmente con un varón divorciado? Pueden parecer argumentos sacados del pleistoceno, pero cuando han recibido la noticia en la sede diocesana, el prelado ha estallado en jubilar contrición: ¡Que no la readmito! ¡Que no, que no!¡Ea!
Todavía escuece, todavía pica, todavía mortifica, ergo los argumentos continúan vivitos y coleantes. Veamos.
Una maestra de doctrina religiosa católica, debe ser de ejemplar virtud, de probada castidad y de una pureza inmaculada, al menos, antes de los deposorios. Condiciones que, a ojos de la santa Madre Iglesia, no debía cumplir la desdichada. De ser desposada, debe hacerlo una vez en la vida, que para eso a la primera se encuentra al príncipe azul y el príncipe por supuesto debe ser varón ejemplar en lo de las costumbres maritales, que en los asuntos del césar (los mundanos asuntos de la pela, hablando en plata) será lo que Dios quiera, que para eso Dios no manda en las finanzas, ¡qué pena por Dios, qué pena! (De esto sabe tela cierto yerno real…)
Pero lo peor de todo es que el Tribunal ha condenado a indemnizar a la maestra, con cerca de ¡DOSCIENTOS MIL EUROS! Del rechinar de dientes se ha pasado a la úlcera estomacal, a la santa mortificación y por último a las imprecaciones infernales. Aunque la factura la pagará el Ministerio, que para eso es un ministerio a imagen y semejanza del de los divinos cielos que nos circundan la mollera y por ello le toca en suertes el abono de tan noble penitencia.
¿Dios mío porqué me has abandonado?, mascullaba amargamente el obispo tras ser azotadas sus orejas por la nueva. Y es que al principio del rosario de sentencias, todo parecía ir bien, había sobradas razones para la dicha y el alborozo, las anteriores sentencias daban la razón a la diócesis. Todo era gozo, ¡Santífico gozo, pardiez! Debía ser porque los tribunales que habían sido favorables a la diócesis, eran instancias bendecidas entre sublimes y excelsos coros monjiles al son de “Yo tengo un gozo en el alma grande”, pero hete aquí que una instancia escapó al hisopo y quedó en manos del maligno, ¡el Tribunal Constitucional! O acaso…¡nunca creyeron que la cosa fuera a llegar tan arriba! Y por eso se olvidaron de bendecir a la alta instancia Constitucional, ¡claro! Enigma resuelto. ¡Voluntad del Jefe!