domingo, 13 de septiembre de 2009

De cómo se gestiona el rebaño

Vaya de antemano que no quisiera ni por lo más mínimo, ¡vaya! que no se me pasa por la cabeza hacer ironías con aquello del rebaño. Siempre y en todo caso me refiero al rebaño de nuestro divino Redentor tal y como así fue bautizado por el mismo Cristo y por su Santa Mano en los dominios terráqueos. No en vano, en la vasta simbología cristológica abundan por cientos, ¡qué digo!, por miles las representaciones del divino cordero que los publicistas de un famoso suavizante adoptaron como insignia indeleble de su marca. También a esa cabeza visible de la grey cristiana que es el conductor ó chofer de la barca de Pedro se le atribuyen dotes (por gloriosa intercesión, claro) del pastoreo en su más elevada categoría profesional (Ingeniería Omniscientética, Rama Divinoterráquea) (1). Y es que tiene indudable e incuestionable mérito el dirigir tan grande y magno rebaño por las cañadas, veredas, apriscos y pedregosos caminos del valle de lágrimas que con tan graciosa mano creó Dios para su pueblo (el pueblo elegido claro está, en su versión 1 y las posteriores ampliadas). Pero es impresión, de no pocos bien intencionados seres humanos, que el pastor no está ahora en lo que debiera estar. Pareciérase que anda tumbado boca arriba buscando figuras en nimbos, cirros, cúmulos y estratos, sobre la verde pradera en temperatura primaveral, un sol de esos de molicie y con los gorgojos de sus bellas criaturas enrededor, mascando el verde tallo de una florida vinagreta. El Pastor distraído y confiado en que su rebaño pace plácidamente por sus hermosos predios, no en vano, Él mismo los creó para su disfrute (por lo que carecen de cargas, gravámenes hipotecas y demás menudencias). El perro pastor, mano derecha (la mano izquierda anda ociosa jugueteando con la hierba) del amo y señor de aquéstos lares, parece que también anda enredado en la molicie y no vigila con atenta mirada las cabezas de ganado, por lo que ¡claro! quedan expuestas a las adversidades, llámese lobo (tantos años cargando con el mochuelo del maligno a sus lomos, pobre criatura ¡también de Dios!) ó alejarse del rebaño en búsqueda de otros verdes prados. Y digo yo ¿Cómo es que se descarrían tantas ovejas? ¿Es que el perro pastor se ha ido de picos pardos? ¿Es que no dejan de pasar fermosas nubes?. Tan complejas preguntas comportan sesudas disquisiciones teológicas que nos ocuparán otros volúmenes enciclopédicos. Pienso que a lo mejor las ovejas, buscan mejores prados y otras jugosas hierbas ya que el Amo distraído no las conduce a ellos. Empero, nunca hubo mejor escuela de ovejas descarriadas que la propia permanencia en el gran rebaño. Para ello sólo hace falta acudir a los anales del Colegio Oficial de Pastores de divinos rebaños. Se han descarriado tantas, ¿adónde habrán ido? barrunta…El Amo piensa en el tiempo invertido en cada una de ellas, cada una tan diferente a las demás y suspira añorando otros tiempos (aunque el tiempo para el pastor es relativo ¡claro!) en que no tenían ojos para otro Pastor que no fuera Él. El perro discurre en cómo después de tanto organizarlas, de “enseñálas el camino” (laismo castizo), de ladrarles pacientemente guiándolas por acá y acullá desde chiquititas, incluso masticarle a alguna que otra el cachete ó la orejita, ¡Van y se largan!, las muy desagradecidas. ¡Que tiempos aquéllos cuando la grácil mano del Amo flagelaba con singular donaire las fauces y lomos de los carneros y carneras! ¡Bien arreados, como Dios manda! Cuando a su cerebro de perro acuden éstos pensamientos se yergue sobre sus cuatro patas y se apresta a sus quehaceres, corretea entre el rebaño insuflado de una explosiva energía, da cuatro ladridos aguerridos y vuelve luego junto a su Amo, ufano del deber cumplido, le saca la lengua, lo mira y en vista de la escasa atención concitada se recosta de nuevo, ¡esto si que es vida!. Pero se siempre se consuela. Y es que, quién no se consuela es porque no quiere. Se consuela con el resto del rebaño, siempre tan vigoroso, tan paciente, prietas las filas, cómo van de un lado a otro, cómo pastan sin levantar cabeza salvo algún que otro balido de complacencia. Ya están enseñados, piensa el cánido. Mientras todos éstos permanezcan dentro del redil, no está tan mal, ¡mentalidad positiva!. Pequeños y grandes, machos y hembras en feliz y plácida hermandad. El éxito (piensa el perro), está en enseñarlos/as desde corderitos/as. Fuera del redil está el abismo, el despeñadero, el lobo feroz y en otros tiempos también la candela para acabar dando vueltas sobre ella. El miedo. Un siglo, otro y otro (aunque ya vimos antes que el tiempo es relativo para los pastores) conforman el inconsciente colectivo (ver Carl Gustav Jung) y después ya corren, balan y hasta pacen solas. Ya de mayores las ovejas y carneros sólo dedican su tiempo a pacer paciendo ¡que es una necesidad oiga!. Alguna oveja y/o carnero preguntan ¿Y que voy a hacer?. Y el perro les ladra con noble disposición ¡Cálla y sigue paciendo! ¡Y el fornicio sólo para procrear, ¿eh?!. Pues ¡hala, al lío y vámonos que nos vamos!. Y es que el Master del Universo ó Dios después de crear el mundo en siete días, eso sí que tiene faena, ya que si un kilómetro de autovía lleva un año y la reforma de un piso nunca se acaba sobre todo si al amo le da por hacer bricolage, debió quedar tan valdado y harto de pico y pala que se pidió una bajita y en ella sigue (recordemos de nuevo lo del tiempo relativo).
(1) Pues nuestro Señor atesoró en su presencia terrenal además de sus majestades habilidades oratorias, milagreras, pastoriles y pesqueras, las de carpinterías. Qué lástima que santa Elena, la madre de Constantino, no encontró mueble labrado con sus preciosísimas manos. Ahora sería una reliquia con astillas en piadosa venta para medio universo.

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