Estamos inmersos, por si ud. no lo sabía, en pleno período de ostensión del “santo sudario de cristo” ó lo que es lo mismo, de la “sábana santa de Turín”. Bien afanados que andan en Turín con la exhibición del sagrado paño, mientras los hosteleros turineses se frotan las manos. Misas piadosas, donativos, devoción y muchedumbres de fieles, ingredientes indispensables de todo buen caldo fervoroso y que no deben faltar en un acto de ésta envergadura. Aquí en España se frotan las manos las empresas de autobuses y las productoras de programas de misterio, que no se pierden una para mantener la fidelidad de la feligresía. En fin, que más voy a decir, ¡todos/as contentos/as!
No en vano, para el creyente, no hay otra prueba más fiable de la resurrección de Cristo que éste venerado pañolón. Impresa en tela, está la imagen del divino redentor, según quienes defienden la autenticidad de la cosa. Tanto ha dado el tema, que hasta se ha creado una nueva seudociencia (como si hubiera pocas) de proporciones bíblicas que hasta ahora, demostrar no ha demostrado nada, pero que se afana con sinpar espíritu en buscar allende del conocimiento humano la prueba irrefutable de la veracidad del objeto. Esta imaginativa creación llamada sindonología es sustento y granítico pilar de la piadosa reliquia. Toda una ciencia para investigar, experimentar y teorizar sobre sólo un objeto, esto ya en sí es una auténtico milagro, ¡no me lo vayan a negar! ¡Cómo la teología! ¡No como geólogos/as, biólogos/as ó químicos/as, astrofísicos/as que necesitan un universo entero y bien complejo!
Pero en la sindonología, se concitan las voluntades de un devoto círculo cerrado de custodios intelectuales que ofrece numerosos congresos, opíparas comidas, pomposos discursos y encedidos debates que nunca llegan más allá de los límites del precioçísimo objeto.Y es que si hay algo tangible que sustente a la fe, hay que echarle mano sea como sea ¿ó no?
Cualquier persona de ciencia plantea una hipótesis con las dos opciones posibles, verdadero ó falso, después se buscan medios para refutarla mediante la experimentación para llegar así a comprobar y plantear una ley de funcionamiento ó constatar su posible veracidad. En la sindonología se da el ¡oh febril milagro! de hacer el camino al revés. Primero se plantea la veracidad de la cosa que es la siguiente, la imagen es sin duda alguna la de nuestro señor jesucristo y ya nos irá dios iluminando el camino para demostrarlo. Un nuevo método científico sin duda.
En otro artículo de éste blog, hablábamos de la poderosa y prolífica industria de las reliquias en la Europa medieval. En honor a la verdad hay que decir que la sábana de Turín es uno de sus mejores logros, incluso el único que ha llegado hasta nuestros días en tan buen estado de forma y concitando la credulidad de la feligresía. Otras reliquias textiles de corte similar han ido perdiendo fuelle con los años, pero ésta permanece firme como una roca en cuanto a la veneración, llantos e hincadas de rodillas cuando se la ve en manos del párroco ostensor.
En todas las reliquias se podía observar la imagen del crucificado, a veces sólo el rostro. Los antiguos coleccionistas, ricachones y mecenas de la época se vanagloriaban y jactaban de disponer de su propia tela de la resurrección, tanto que llegaron a ser hasta doce los resucitados por obra y gracia de nuestro señor. ¡Los caminos del señor son insondables!
Y es que resucitar no debe ser flor de un día porque desde que supuestamente lo hiciera el hombre de la sábana, hasta hoy no se conoce otro caso, salvo (que yo sepa) el del ex-diplomático y amigo de Roldán, Francisco Paesa, pero ese no ha dejado ni sábana impresa. Y de nuevo como ínfima hormiga que soy, grito en el desierto ¡dios mío! ¿No podías haber dejado la sábana claramente impresa para que quedara probada sin reparos la resurrección? Así no estaríamos inmersos en estos interminables derroches neuronales que tanto nos arroban.
Y es que pese a los denodados esfuerzos y el irreprochable pundonor demostrados por los bienintencionados sindonólogos, el pintor (porque parecer ser que fue un habilidoso pintor ó incluso protofotógrafo porque utilizó una novedosa técnica para obtener la imagen quemando químicamente la tela) de la piadosa reliquia medieval se dejó una serie de detalles que hacen del lienzo la inequívoca obra de una mano humana, muy humana diría yo.
En el preciosísimo lino de turín se observa a un agraciado varón de considerable estatura, en piadosa postura ocultando lo que hubiera sido un dato de inequívoco de su divinidad, como son sus partes pudendas. ¡Oh milagro! ¡Que el finado amortajado viene a ocultar sus varoniles atributos! Se explica que, de no ser por éste requisito exigido por las castas costumbres de la época, el cadáver no requeriría de tanta largura en sus extremidades superiores ¡pardiez! Obsérvense con detenimiento la longitud de los brazos y de los dedos de la mano. Aquí ya se advierte un extraño tufillo a doctrina puritana que “tira patrás”, pero prosigamos.
En un cadáver en el que habían aparecido los síntomas de rigor mortis, según los científicos datos que aportan los textos evangélicos, ¿Se podrían colocar los brazos precisamente tapando las partes pudendas? ¡He aquí otro milagroso hecho divino!
Las extremidades de la figura, para poder tapar lo dicho, deben estar como los de un legionario en posición de formación (alineados con el plano del pecho) y no descansando sobre la superficie del sepulcro, donde descansaba el resto del cuerpo como era de suponer. Y si tienen interés pueden observar algún cadáver (cosa que desaconsejo, ¡queda dicho!) y ver como se disponen las manos del difunto/a sobre el vientre. Y es que a más no llegan (salvo que se trate del inspector Gadchet). Y si no hagan la prueba sobre la cama y me cuentan. También pueden observar la pródiga imaginería se cristos yacentes, ninguno necesita llevar las manos a las susodichas partes (será porque las llevan salvaguardadas de la vista de la plebe). Digamos que los brazos de la figura de la sábana (en caso de que fuera real) deberían estar pegados a la parte superior del sudario y no a la inferior sobre la que descansaba. Dificultosa posición, ¡incluso para un cadáver! Y encima éste tiene los codos generosamente abiertos.
¿Han observado el cabello? Ahí está, como si nada hubiera sucedido, peinado graciosamente a cada lado del hierático rostro. ¿No debiera estar caído siguiendo la ley de la gravedad? Es de suponer, ¡claro!, siempre y cuando el cabello no adquiriera también rigor mortis, que es como si le echaran laca como a uno de los Bee Gees y se quedara así “pa siempre”.
Y no voy a entrar en lo que ya casi todos/as conocemos, que la datación del carbono 14, por tres laboratorios distintos, arrojó como resultado que la reliquia era del siglo XIII ó XIV ó que recientemente, en octubre de 2009, unos científicos han reproducido fielmente y con los recursos de la época (s XIII-XIV) una reliquia igualita a la que ahora se exhibe en Turín.
Tampoco voy a entrar en la anormal proporción de la cabeza con respecto al cuerpo (por pequeña quiero decir), ni en que la cabeza parece una pieza de puzzle aparte del cuerpo, ni en la extraña largura del cuello, ni en los clavos de las muñecas (en contra de toda la imaginería cristiana de todas las épocas y hasta de los propios evangelios), ni en las increíbles hazañas que llevaron la portentosa reliquia desde Judea, en el año I hasta donde hoy se venera.
No creo interesante continuar dando más detalles, puesto que siguiendo el principio científico de la experimentación, si no cumple todas las hipótesis de partida, es que es falsa, como así sucede con la sábana.
¿Esto quiere decir algo? No. Los/as que creen en la reliquia seguirán creyendo, porque que es la fe sino creer en algo, aunque todo lo demás indique que es imposible…pues eso. Como los sindonólogos hacen, acomodan la doctrina a los nuevos descubrimientos y se olvidan las anteriores pamplinas divulgadas a bombo y platillo ¡Y ya está! ¡Todo está inventado en éste negocio! ¡Para qué improvisar más! Ahora hay otra prueba más de la veracidad de la síndone, un cristo crucificado para procesionar en semana santa hecho a imagen y semejanza del de la sábana santa y mientras más sangre mejor, como la película de ese nuevo icono del cristianismo hollywoodiense, Mel Gibson.
¡Dios concluye tu interminable baja y envíanos una reliquia en mejores condiciones para no dudar de ella!
No en vano, para el creyente, no hay otra prueba más fiable de la resurrección de Cristo que éste venerado pañolón. Impresa en tela, está la imagen del divino redentor, según quienes defienden la autenticidad de la cosa. Tanto ha dado el tema, que hasta se ha creado una nueva seudociencia (como si hubiera pocas) de proporciones bíblicas que hasta ahora, demostrar no ha demostrado nada, pero que se afana con sinpar espíritu en buscar allende del conocimiento humano la prueba irrefutable de la veracidad del objeto. Esta imaginativa creación llamada sindonología es sustento y granítico pilar de la piadosa reliquia. Toda una ciencia para investigar, experimentar y teorizar sobre sólo un objeto, esto ya en sí es una auténtico milagro, ¡no me lo vayan a negar! ¡Cómo la teología! ¡No como geólogos/as, biólogos/as ó químicos/as, astrofísicos/as que necesitan un universo entero y bien complejo!
Pero en la sindonología, se concitan las voluntades de un devoto círculo cerrado de custodios intelectuales que ofrece numerosos congresos, opíparas comidas, pomposos discursos y encedidos debates que nunca llegan más allá de los límites del precioçísimo objeto.Y es que si hay algo tangible que sustente a la fe, hay que echarle mano sea como sea ¿ó no?
Cualquier persona de ciencia plantea una hipótesis con las dos opciones posibles, verdadero ó falso, después se buscan medios para refutarla mediante la experimentación para llegar así a comprobar y plantear una ley de funcionamiento ó constatar su posible veracidad. En la sindonología se da el ¡oh febril milagro! de hacer el camino al revés. Primero se plantea la veracidad de la cosa que es la siguiente, la imagen es sin duda alguna la de nuestro señor jesucristo y ya nos irá dios iluminando el camino para demostrarlo. Un nuevo método científico sin duda.
En otro artículo de éste blog, hablábamos de la poderosa y prolífica industria de las reliquias en la Europa medieval. En honor a la verdad hay que decir que la sábana de Turín es uno de sus mejores logros, incluso el único que ha llegado hasta nuestros días en tan buen estado de forma y concitando la credulidad de la feligresía. Otras reliquias textiles de corte similar han ido perdiendo fuelle con los años, pero ésta permanece firme como una roca en cuanto a la veneración, llantos e hincadas de rodillas cuando se la ve en manos del párroco ostensor.
En todas las reliquias se podía observar la imagen del crucificado, a veces sólo el rostro. Los antiguos coleccionistas, ricachones y mecenas de la época se vanagloriaban y jactaban de disponer de su propia tela de la resurrección, tanto que llegaron a ser hasta doce los resucitados por obra y gracia de nuestro señor. ¡Los caminos del señor son insondables!
Y es que resucitar no debe ser flor de un día porque desde que supuestamente lo hiciera el hombre de la sábana, hasta hoy no se conoce otro caso, salvo (que yo sepa) el del ex-diplomático y amigo de Roldán, Francisco Paesa, pero ese no ha dejado ni sábana impresa. Y de nuevo como ínfima hormiga que soy, grito en el desierto ¡dios mío! ¿No podías haber dejado la sábana claramente impresa para que quedara probada sin reparos la resurrección? Así no estaríamos inmersos en estos interminables derroches neuronales que tanto nos arroban.
Y es que pese a los denodados esfuerzos y el irreprochable pundonor demostrados por los bienintencionados sindonólogos, el pintor (porque parecer ser que fue un habilidoso pintor ó incluso protofotógrafo porque utilizó una novedosa técnica para obtener la imagen quemando químicamente la tela) de la piadosa reliquia medieval se dejó una serie de detalles que hacen del lienzo la inequívoca obra de una mano humana, muy humana diría yo.
En el preciosísimo lino de turín se observa a un agraciado varón de considerable estatura, en piadosa postura ocultando lo que hubiera sido un dato de inequívoco de su divinidad, como son sus partes pudendas. ¡Oh milagro! ¡Que el finado amortajado viene a ocultar sus varoniles atributos! Se explica que, de no ser por éste requisito exigido por las castas costumbres de la época, el cadáver no requeriría de tanta largura en sus extremidades superiores ¡pardiez! Obsérvense con detenimiento la longitud de los brazos y de los dedos de la mano. Aquí ya se advierte un extraño tufillo a doctrina puritana que “tira patrás”, pero prosigamos.
En un cadáver en el que habían aparecido los síntomas de rigor mortis, según los científicos datos que aportan los textos evangélicos, ¿Se podrían colocar los brazos precisamente tapando las partes pudendas? ¡He aquí otro milagroso hecho divino!
Las extremidades de la figura, para poder tapar lo dicho, deben estar como los de un legionario en posición de formación (alineados con el plano del pecho) y no descansando sobre la superficie del sepulcro, donde descansaba el resto del cuerpo como era de suponer. Y si tienen interés pueden observar algún cadáver (cosa que desaconsejo, ¡queda dicho!) y ver como se disponen las manos del difunto/a sobre el vientre. Y es que a más no llegan (salvo que se trate del inspector Gadchet). Y si no hagan la prueba sobre la cama y me cuentan. También pueden observar la pródiga imaginería se cristos yacentes, ninguno necesita llevar las manos a las susodichas partes (será porque las llevan salvaguardadas de la vista de la plebe). Digamos que los brazos de la figura de la sábana (en caso de que fuera real) deberían estar pegados a la parte superior del sudario y no a la inferior sobre la que descansaba. Dificultosa posición, ¡incluso para un cadáver! Y encima éste tiene los codos generosamente abiertos.
¿Han observado el cabello? Ahí está, como si nada hubiera sucedido, peinado graciosamente a cada lado del hierático rostro. ¿No debiera estar caído siguiendo la ley de la gravedad? Es de suponer, ¡claro!, siempre y cuando el cabello no adquiriera también rigor mortis, que es como si le echaran laca como a uno de los Bee Gees y se quedara así “pa siempre”.
Y no voy a entrar en lo que ya casi todos/as conocemos, que la datación del carbono 14, por tres laboratorios distintos, arrojó como resultado que la reliquia era del siglo XIII ó XIV ó que recientemente, en octubre de 2009, unos científicos han reproducido fielmente y con los recursos de la época (s XIII-XIV) una reliquia igualita a la que ahora se exhibe en Turín.
Tampoco voy a entrar en la anormal proporción de la cabeza con respecto al cuerpo (por pequeña quiero decir), ni en que la cabeza parece una pieza de puzzle aparte del cuerpo, ni en la extraña largura del cuello, ni en los clavos de las muñecas (en contra de toda la imaginería cristiana de todas las épocas y hasta de los propios evangelios), ni en las increíbles hazañas que llevaron la portentosa reliquia desde Judea, en el año I hasta donde hoy se venera.
No creo interesante continuar dando más detalles, puesto que siguiendo el principio científico de la experimentación, si no cumple todas las hipótesis de partida, es que es falsa, como así sucede con la sábana.
¿Esto quiere decir algo? No. Los/as que creen en la reliquia seguirán creyendo, porque que es la fe sino creer en algo, aunque todo lo demás indique que es imposible…pues eso. Como los sindonólogos hacen, acomodan la doctrina a los nuevos descubrimientos y se olvidan las anteriores pamplinas divulgadas a bombo y platillo ¡Y ya está! ¡Todo está inventado en éste negocio! ¡Para qué improvisar más! Ahora hay otra prueba más de la veracidad de la síndone, un cristo crucificado para procesionar en semana santa hecho a imagen y semejanza del de la sábana santa y mientras más sangre mejor, como la película de ese nuevo icono del cristianismo hollywoodiense, Mel Gibson.
¡Dios concluye tu interminable baja y envíanos una reliquia en mejores condiciones para no dudar de ella!
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